JORGE CARRERA ANDRADE

JORGE CARRERA ANDRADE

Su obra se considera la superación del modernismo y la iniciación de las vanguardias en su país. Cosmopolita en su formación y en sus planteos estéticos, trascendió ampliamente las fronteras locales y ejerció la traducción, el ensayo y la diplomacia, con el mismo ahínco con el que escribió poesía.

EL POSMODERNISMO EN EL ECUADOR

El posmodernismo aparece en Ecuador en el segundo decenio del siglo veinte a  través de publicaciones de revistas que propagan esta tendencia. Así, en abril  de 1917, circula el primer número de la revista La Idea, de la cual sus  redactores más perseverantes fueron Gonzalo Escudero y Jorge Carrera Andrade.
Casi al mismo tiempo aparece la revista Acuarela, bajo cuya dirección se  encuentran Miguel Angel León y Miguel Angel Zambrano.

La nueva concepción de esta generación podemos extraerla, inicialmente, de la  exposición de Jorge Carrera Andrade en su libro Mi vida en poemas (1962), donde  esclarece algunos puntos de esta promoción: «En el Romanticismo y el Modernismo se dio poco lugar a las cosas, éstas sirvieron solamente para probar la maestría del lenguaje, para ejecutar juegos musicales o tomarlas como fondo decorativo del poema. Es solamente en la época moderna….en que tentativas más o menos acertadas han otorgado a las cosas el sentido que le corresponde en el dominio de la poesía”.

La transformación de la poesía en busca del entorno, lo que incluye, además, un cambio de eje simbólico se produce en el soneto del escritor mexicano Enrique González Martínez: Córtale el cuello al cisne, que consta en su libro Los senderos ocultos.

EL MODERNISMO LITERARIO EN ECUADOR

Modernismo-decapitados

En el Ecuador hubo también una generación modernista. Y no desdeñable como  parece suponerlo el investigador Max Henríquez Ureña. Lo que ocurrió fue que  tales poetas ecuatorianos nacieron en la década del apogeo del movimiento en el  resto de Hispanoamérica, y cuando escribieron sus primeros versos la hoguera ya  se había extinguido. Nuevas modalidades reclamaban la atención de todos.
Gustadas las perfecciones estilísticas, registradas las extrañas predilecciones  del alma (las esquiveces frente a las demandas ordinarias del ambiente, la  abulia, la melancolía y la desazón metafísica), a través de los principales  autores, poca o ninguna sugestión debió despertar ya la suma de alardes formales  y de doliente exquisitez espiritual de los modernistas del Ecuador, llegados con  fatal demora. Pero, por su avidez de las fuentes francesas, por su devoción a  los fundadores del Modernismo hispanoamericano, por su fina conciencia del  estilo, por la espontánea inclinación morbosa del temperamento, tan común en los  años finiseculares, se incorporaron con características uniformes a ese  movimiento. Y, como en los demás casos nacionales, ayudaron a mostrar el camino de las transformaciones que se han ido logrando en la presente centuria.
Bastante conocido es el origen posromántico del Modernismo hispanoamericano.

PRINCIPALES REPRESENTANTES DEL MODERNISMO

Arturo Borja

 

(1892-1912)

Arturo Borja es el más musical de los poetas modernistas ecuatorianos. Para todo, hasta para los más oscuros y dolorosos sentimientos de melancolía y tedio, halla formas melódicas brillantes. Y dado a esa sostenida musicalización de los motivos, ensaya y combina con capricho versos de variadas medidas y ritmos de insólitos efectos. A todo ello se debe su fina calidad sonora, de tan mágicas resonancias, “Primavera mística y lunar”. Aprendió, de modo ejemplar, este raro adolescente la lección parnasiana y simbolista y rodeó sus impresiones estéticas y evocaciones culturales de un clima de admirable refinamiento. Al estilo de la bella postal a Lola Guarderas. Pero generalmente su paleta, reducida, está asordinada; su color tiene algo de delicuescense y casi desvaído. Y lo plástico se reduce a imaginaciones y vagos ensueños: el mundo exterior le producía hastío. Y acabó por escapar a él, tan prematura como dolorosamente. Poemas como “A Misteria” dejan entrever, a una luz de sobrecogedoras livideces, las honduras hacia las que señalaba el timón de su frágil nave. ¡Qué formidables imágenes las de esos últimos cuatro alucinantes versos!

POEMAS ARTURO BORJA

EPÍSTOLA

Al señor don Ernesto de Noboa y Caamaño!
Límpido caballero de la más limpia hazaña
que en la Época de Oro fuera grande de España
y que en la inquietud loca de estos tiempos, huraño
tornóse, y en el campo cultiva su agrio esplín.

Hermano-poeta, esta vida de Quito,
estúpida y molesta, está hoy insoportable
con su militarismo idiota e inaguantable.
Figúrate que apenas da uno un paso, un ¡alto!
le sorprende y le llena de un torpe sobresalto
que viene a destruir un vuelo de Pegaso
que, como sabes, anda mal y de mal paso
cuando yo lo cabalgo, y que si alguna vez,
por influjo de alguna dama de la blanca tez,
abre las alas líricas, le interrumpe el rumor
«municipal y espeso» de tanto guerreador.

[…]

Luego después las fieras de los acreedores
que andan por esas calles como estranguladores
envenenando nuestras vidas con malolientes
intrigas, jueces, leyes y miles de expedientes
y haciendo el cuotidiano horror más horroroso.
¿Qué fuera de nosotros sin la sed de lo hermoso
y lo bello y lo grande lo noble? ¡Qué fuera
si no nos refugiáramos como en una barrera
inaccesible, en nuestras orgullosas capillas
hostiles a la sorda labor de las cuchillas!
Tu dijiste en momento de genial pesimismo:
«Vivir de lo pasado… oh sublime heroísmo! »

PARA MÍ TU RECUERDO

Para mí tu recuerdo es hoy como la sombra
del fantasma a quien dimos el nombre de adorada…
Yo fui bueno contigo. Tu desdén no me asombra,
pues no me debes nada, ni te reprocho nada.
Yo fui bueno contigo como una flor. Un día
del jardín en que solo soñaba me arrancaste;
te di todo el perfume de mi melancolía,
y como quien no hiciera ningún mal me dejaste…
No te reprocho nada, o a lo más mi tristeza,
esta tristeza enorme que me quita la vida,
que me asemeja un pobre moribundo que reza
a la Virgen pidiéndole que le cure la herida.

Humberto Fierro

 

(1890-1929)

En Humberto Fierro damos con la actitud más estetizante del modernismo ecuatoriano. Señorial en sus maneras líricas y celoso de la perfección formal, no es, sin embargo, frío, ni mucho menos. Es un simbolista de corazón unas veces trémulo (¡esos dos últimos versos de “El fauno”!), otras vibrante (el júbilo interior de “Pascua de resurrección”). El poeta, dado, como todos sus compañeros, a saborear tedios y amarguras, sabía que el arte tiene sus poderes y ama las distancias. Y recató sus sentimientos en la rica alusión cultural. Solo el hastío de vivir y la melancolía pusieron una pátina nostálgica en todos esos castillos, cacerías, ojivas de piedra, selvas, náyades, faunos, antigüedades y lacas. Convirtieron lo que en manos de un parnasiano pudieron haber sido espléndidos paneles en postales un tanto tristes de asordinada música. Jugó con las tintas más añejas y nostálgicas de Wateau, Corot y Fragonard, sólo para terminar por sumirse en la más dolorosa desnudez del sentimiento. Apenas un matiz de contención y densidad intelectual separa “Dilucidaciones” de los cantos desgarrados de Noboa Caamaño.

POEMAS DE  HUMBERTO FIERRO

A CLORI

Para que sepas, Clori, los dolores
Que tus ojos divinos me han causado,
Dejo escrito en el álamo agobiado
del valle de las fuentes y las flores.
Ni en las églogas tienen los pastores
Una amada que más hayan soñado,
Ni Paolo a Francesca ha contemplado
Bajo lunas más nítidas de amores.
Y así fuera en tu espíritu querido
La Pluvia que Dánae recibiere,
O muriendo como Atys en olvido.
O triste como Sísifo estuviere,
Te diré con mis versos al oído
El Amor es un Dios que nunca muere.

 

TU CABELLERA

Tu cabellera tiene más años que mi pena,
¡pero sus ondas negras aún no han hecho espuma…!
Y tu mirada es buena para quitar la bruma
y tu palabra es música que el corazón serena.

Tu mano fina y larga de Belkis, me enajena
como un libro de versos de una elegancia suma;
la magia de tu nombre como una flor perfuma
y tu brazo es un brazo de lira o de sirena.

Tienes una apacible blancura de camelia,
ese color tan tuyo que me recuerda a Ofelia
la princesa romántica en el poema inglés;

¡y un corazón del oro… de la melancolía!
La mano del bohemio permite, amiga mía,
que arroje algunas flores humildes a tus pies.

 

Ernesto Noboa Caamaño

 

(1891-1927)

Ernesto Noboa Caamaño, de sus compañeros es el más directo y desgarrado, el más cordial en la expresión de sus vivencias. De “doloroso expresivismo” habló en su caso Benjamín Carrión. Su musicalidad es menos sutil que la de Fierro y menos armónica y rica que la de Borja, pero es más fácil y libre. En la mayor parte de su obra –y la más característica– el clima es gris y desolado. De un gris desvaído y triste. Y apenas hay clima en poemas como “A mi madre”, que es la nuda queja salmodiada. Cuando el clima se adensa –es el caso de “Emoción de una flauta en la noche” y “Luna de aldea” – es delicadamente nostálgico. Directo y siempre en tono de visceral confesión, Noboa apenas usa más recursos que los patéticos de interrogación, admiración, suspensión, repetición. Y los usa con gran espontaneidad. Y toda la imaginería participa de ese ser como interior, con mucho más de emocional y patético que de plástico.

EMOCION VESPERAL
(A MANUEL ARTETA, COMO A UN HERMANO)

Hay tardes en las que uno desearía
embarcarse y partir sin rumbo cierto,
y, silenciosamente, de algún puerto,
irse alejando mientras muere el día;
Emprender una larga travesía
y perderse después en un desierto
y misterioso mar, no descubierto
por ningún navegante todavía.
Aunque uno sepa que hasta los remotos
confines de los piélagos ignotos
le seguirá el cortejo de sus penas,
Y que, al desvanecerse el espejismo,
desde las glaucas ondas del abismo
le tentarán las últimas sirenas.

LAS DANAIDES

Hubo aroma de carnes femeniles,
ayes e imprecaciones de tormento,
y un bostezo de luz del firmamento
iluminó un milagro de perfiles.

Golpeó con ruido isócrono el acero
de una prora en la riba inconocida,
y escuchó la legión estremecida
el trágico ladrar de Cancerbero.

Con atributos de Censor supremo,
desde la cima de un abrupto monte,
dictaminó el castigo Triptolemo;

mientras sobre el fangal del Aqueronte,
en un esfume gris, al son del remo,
se alejaba la barca de Caronte.

Medardo Ángel Silva

 

(1898-1919)

Medardo Ángel Silva se abrió a la poesía bajo el alto patrocinio formal de Rubén Darío, que le enseñó musicalidad sonora y, algo, exotismo de los motivos, y de Herrera y Reissig, maestro de perfección y contención líricas. Pero la sustancia espiritual la tomó de otros lados; de la poesía francesa de finales de siglo: Mallarmé, Verlaine, Rimbaud, Samain; Baudelaire, sobre todo. Y en América, Amado Nervo. Con todo ello, tanto el espectro temático como el registro sonoro del poeta fueron más amplios que los de sus compañeros de promoción, y espectro y registro se abrían a luminosos horizontes cuando un absurdo accidente segó la vida del poeta a los veintiún años.
De 1915 es el libro de madurez del poeta, El árbol del bien y del mal. Dominio del movimiento estrófico, fina captación sensorial y certera metáfora de cuño modernista se ponen al servicio de una lírica de entrañable humanismo y cálida ternura (“Aniversario”). A partir de ese nivel formal y tono se darían ahondamientos y vuelos. En las “Estancias”, al mundo brillante, sensual y sibarita del modernismo de moda (en Ecuador, porque en América declinaba ya), se sobrepone un mundo más extraño y abisal -obscuras llamadas de infancia, vivencias religiosas de culpa y expiación, un amor saturnal-, que afonda hasta la Estancia XIV, agitada por ese hálito de que sólo son capaces los grandes poetas. A partir de entonces, variaron los motivos, pero el tono fue sostenido y la forma tuvo la coherencia de un estilo. Decidieron de la grandeza de los poemas obscuros llamados o altas iluminaciones. En los momentos de mayor plenitud el poeta se asomó por encima de su facilidad formal, a simas, casi siempre religiosas, sombrías y desasosegantes. Así “El cazador” o ese verso, alto y hondo, de la “Epístola” a Arturo Borja, que tiene algo de dantesco: “Tú, que ves la increada luz del alba que ciega”. De allí se abrió el canto, acaso tras las huellas de Walt Whitman, a un discurso lírico de amplio módulo y exaltado tono. De los dolores personales, a júbilos patrióticos. Esta etapa fue la que truncó, apenas iniciada, su prematura partida. La hermana tornera, que el poeta dijera, le cayó encima, impaciente, cuando él templaba su instrumento para himnos de oro y vibrantes dianas a la aurora triunfal.

 

ANIVERSARIO

¡Hoy cumpliré veinte años. Amargura sin nombre
de dejar de ser niño y empezar a ser hombre;
de razonar con lógica y proceder según
los Sanchos, profesores del sentido común!
¡Me son duros mis años y apenas si son veinte-
ahora se envejece tan prematuramente;
se vive tan de prisa, pronto se va tan lejos
que repentinamente nos encontramos viejos
en frente de las sombras, de espaldas a la aurora
y solos con la esfinge siempre interrogadora!
¡Oh madrugadas rosas, olientes a campiña
y a flor virgen! -entonces estaba el alma niña-,
y el canto de la boca fluía de repente
y el reír sin motivo era cosa corriente.
Iba a la escuela por el más largo camino
tras dejar, soñoliento, la sábana de lino
y la cama bien tibia, cuyo recuerdo halaga
sólo al pensarlo ahora; aquel San Luis Gonzaga
de pupilas azules y rubia cabellera
que velaba los sueños desde la cabecera.
Aunque íbamos despacio, al fin la callejuela
acababa y estábamos enfrente de la escuela
con el «Mantilla» bien oculto bajo el brazo;
y haciendo, en el umbral, mucho más lento el paso,
y entonces era el ver la calle más bonita,
más de oro el sol, más fresca la alegre mañanita.
Y después, en el aula con qué mirada inquieta
se observaban las huellas rojas de la palmeta
sonriendo, no sin cierto medroso escalofrío,
de la calva del dómine y su ceño sombrío…
Pero, ¿quién atendía a las explicaciones?…
¡Hay tanto que observar en los negros rincones!
y, además, es mejor contemplar los gorriones
en los nidos; seguir el áureo derrotero
de un rayito de sol o el girar bullanguero
de un insecto vestido de seda rubia o una
mosca de vellos de oro y alas de color de luna.

¡El sol es el amigo más bueno de la infancia!
¡Nos miente tantas cosas bellas a la distancia!
¡Tiene un brillar tan lindo de onza nueva! ¡Reparte
tan bien su oro que nadie se queda sin su parte!
Y por él no atendíamos a las explicaciones;
Ese brujo Aladino evocaba visiones
de las Mil y una Noches, de las Mil Maravillas
y beodas de sueños, nuestras almas sencillas,
sin pensar, extendían sus manos suplicantes
como quien busca a tientas puñados de brillantes.
Oh, los líricos tiempos de la gorra y la blusa
y de la cabellera rebelde que rehúsa
la armonía de aquellos peinados maternales,
cuando íbamos vestidos de ropa nueva a Misa
dominical, y pese a los serios rituales,
al ver al monaguillo soltábamos la risa.
¡Oh, los juegos con novias de traje a las rodillas,
los besos inocentes que se dan a hurtadillas
a la bebé amorosa de diez o doce años,
y los sedeños roces de los rizos castaños
y las rimas primeras y las cartas primeras
que motivan insomnios y producen ojeras!…
¡Adolescencia mía: te llevas tantas cosas,
¡que dudo si ha de darme la juventud más rosas
y siento como nunca la tristeza sin nombre
de dejar de ser niño y empezar a ser hombre!…
¡Hoy no es la adolescente mirada y risa franca,
sinó el cansado gesto de precoz amargura,
y está el alma que fuera una paloma blanca,
triste de tantos sueños y de tanta lectura!

 

FUENTE : http://www.taringa.net/comunidades/ecuatorianos/3201819/El-Modernismo-en-el-Ecuador-y-sus-poetas-suicidas.html